Si algún día las arrugas me surcan la cara y llegó a esa edad en la que estás de vuelta de todo y todo te importa menos que nada, solo quiero un par de cosas:
Susurrar mi primer amor y el último. Recordar los logros que me hicieron confiar y los ogros que me hicieron tropezar. Quiero recordar las veces que besé el suelo y las que subí al cielo, lo ilusa que fui en algunas ocasiones y lo fuerte que fui en el ocaso. Quiero recordar los abrazos de los que me quisieron, las risas que me regalaron años, los años que me marcaron la piel, quién me abrió los ojos y quién me los cerró. En silencio y frente a una ventana con vistas, quiero recordar los paisajes que me cambiaron por dentro, los cambios que me hicieron crecer y creer.
Mirar por esa ventana y pensar: he vivido como me ha dado la gana y así gané la libertad de ser quien fui, de ser quien soy. Pensar que he vivido, con las miles de lágrimas y sonrisas que implica ese verbo fácil de pronunciar y, a veces, difícil de ejecutar. Quiero sentir en la boca del estómago la felicidad de haber hecho lo que debía hacer. Sentir, ahí, donde nacen los suspiros, que quise todo lo que pude y como pude. A mí manera. Pensar que en algunos capítulos de mi vida me desborda… pero que otros los bordé.
Recordar el mar que me meció, sentir las olas que me arrastraron hasta la orilla… Y en ese momento, llevarme las manos a la cara y sonreír ante el vuelo de un pájaro como si fuera la primera vez que lo veo. Eso quiero.